LA “MANO INVISIBLE” SIEMPRE NUEVA

LA “MANO INVISIBLE” SIEMPRE NUEVA

Enclaustrada en el capítulo II de La riqueza de las naciones, dedicado a las motivaciones de la división del trabajo -y en relación con ella- se encuentra explícitamente formulada la teoría de la mano invisible que, según la interpretación más extendida y que considero errónea, a través de la búsqueda del interés propio se consigue el interés general.

El hombre no consigue la ayuda de sus semejantes, que le es necesaria, de la benevolencia ajena sino interesando en su favor el egoísmo de los otros: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo.” y añade A. Smith: “En una tribu de cazadores o pastores, quien hace las flechas o los arcos con mayor presteza y habilidad los cambia por ganado o por caza (…) Siguiendo su propio interés se dedica casi exclusivamente, a hacer arcos y flechas.”

La vulgarización de estos pasajes ha llevado a generalizar la afirmación de que buscando el propio interés se consigue el interés del otro. El mercado produce eficiencia como efecto secundario positivo pese a no incluir como objetivo del proceso el bien general, sino tan sólo el bien egoísta particular.

Los sujetos económicos buscando sus intereses propios y su beneficio son llevados por la mano invisible del mercado y la competencia a producir de un modo eficiente y vender a un precio equilibrado. A través de las fuerzas del mercado el aumento de beneficio propio se convierte en un bien social.

Siguiendo a Koslowski en esta descripción podemos decir que la versión más radicalizada de este hecho por Mandeville llevó incluso a la afirmación de que los vicios particulares son ventajas públicas. Motivos incluso inmorales y viciosos se transforman en bienes, en efectos secundarios positivos. Por la mano invisible del mercado un comportamiento egoísta, éticamente rechazable, se convierte en comportamiento socialmente ventajoso. Mefistófeles en el Fausto de Goethe plantea afirmaciones que se asemejan al principio de Mandeville: “Forma parte de aquel poder que siempre pretende urdir el mal y termina creando el bien”. No es necesario querer hacer el bien, porque surge de todas formas como efecto del motivo egoísta. Esta búsqueda del propio interés en el intercambio daría lugar, por misteriosas combinaciones, a la consecución del interés generalizado. La astucia de la razón en la historia, proclamada por Hegel, que al final consigue realizar sus objetivos tras un proceso efectuado a escondidas, y a pesar de los hombres, también manifestaría esta paradoja.

Estas reflexiones en voz alta en “Gaceta de los negocios” pretenden introducir un matiz, en mi opinión decisivo, en esta paradoja. Un matiz que, en realidad, produce el efecto de girar exactamente ciento ochenta grados el argumento principal.

La naturaleza del fenómeno del intercambio y del mercado es tal que la auténtica mano invisible se cumple precisamente al revés: no es que la búsqueda del interés egoísta particular produzca el interés positivo general sino exactamente al contrario: Los componentes del valor económico son tales y se manifiestan de tal forma en los intercambios convencionales, que la búsqueda del interés positivo ajeno trae, como consecuencia, un incremento de mi propio valor particular.

En una economía crusoniana, sin intercambio, el proceso es claro ya que en esta situación la mano invisible funciona a la perfección en ambas direcciones. El interés social coincide con el interés individual. Cabe sólo discrepancia entre los fines objetivos y los subjetivos, pero, al existir un sólo individuo, la búsqueda de su propio interés coincide con la búsqueda del interés de la comunidad.

Examinemos ahora, detenidamente, la situación cuando existen múltiples propietarios y numerosos intercambios comerciales. Se empieza a diferenciar el valor de uso del valor de cambio y comienza la posibilidad de la especialización de los agentes. Cada uno tenderá a especializarse en aquello en que tenga ventaja, incluso ventaja comparativa. Aumentará así la capacidad productiva de cada uno y, por tanto, podrán disponer ambos de mayores cantidades. Aunque el valor de cambio permanezca invariable aumentará el valor de uso de ambos.

Pero con la especialización y el intercambio las finalidades de mi trabajo ya no son marcadas por mí, sino por el cliente potencial. Si me especializo en hacer arcos o flechas, esos arcos o flechas los fabrico con intención de venderlos a otros, no de utilizarlos yo. La calidad, peso, textura, tamaño y demás características del arco y las flechas me las indican los otros. Sería absurdo no fabricar lo que el otro prefiere porque es para él. Cuanto más y mejor se busque el servicio del comprador potencial más incrementaré mi propio patrimonio. Buscando el beneficio del comprador consigo mejorar mi propio beneficio. Un cazador y un pescador especializados, y trabajando para el intercambio, tratarán de cazar y pescar, una vez cubiertas sus propias necesidades de caza y pesca, las piezas preferidas por el otro. Interesándose por las preferencias del otro, conseguirá obtener mejor las suyas. Si cambiamos el orden, el efecto positivo se desvirtúa. Si el cazador busca las piezas que él prefiere en lugar de las que prefiere el pescador, su valor de cambio y, a la postre, su valor de uso, se degrada.

En una economía moderna, con alta especialización y elevado grado de intercambios comerciales, la adaptación a las finalidades subjetivas de los clientes potenciales da lugar, en consecuencia, a la más fácil consecución de las propias. Si en mi actuación productiva prima la búsqueda egoísta de mis propias preferencias se devalúa mi patrimo-nio. Podemos decir, entonces, que la mano invisible consiste en descubrir que mi interés resulta favorecido como efecto de la búsqueda del interés ajeno.

No cabe duda que, conocidos estos presupuestos del organismo económico, podemos también señalar que buscando mi propio interés busco el interés general. Pero considero más apropiada la formulación contra¬ria, porque si, habitualmente, mis esfuerzos se concentran en la búsqueda del beneficio ajeno, resulta automático el incremento del beneficio propio. No hace falta pensar en él. Si habitualmente me concentro en la búsqueda de intereses propios acabo por adjudicar erróneamente a los demás, los propios.

Formulando terminológicamente el proceso de una u otra forma, el hecho cierto es que: dada la propiedad, intercambio y especialización y dado, por lo tanto, un grado apreciable de libertad, el valor de un patrimonio físico y humano se incrementa notablemente según su grado de servicio, según su capacidad de servicio a los objetivos subjetivos ajenos en primer lugar, y a las finalidades objetivas ajenas a más largo plazo. La capacidad de servicio se constituye en la característica definitiva de las realidades económicas en orden a su valor en sistemas con alta especialización y ele¬vado intercambio voluntario. Y la Ética aparece como un requisito no sólo aconsejable sino sustancialmente imprescindible para adecuar nuestras aspiraciones últimas personales a las verdaderamente adecuadas.

JJ Franch

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